La
reunión de maestros comenzó quince minutos después de lo programado. Ha
convocado la dirección pues parece que ahora tenemos que trabajar fuerte en el
asunto de la reprobación en nuestra escuela. Normalmente no se suspenden las
clases, pero parece ser que ahora el asunto va en serio pues vamos a dedicar
tres horas de clase para esta reunión, ¡ha de ser muy importante para que
nuestro director se anime y decida mandar a los chicos a su casa! –nótese un ligero
tono de ironía en esta frase--.
Por ahí
en los pasillos y en la sala de maestros se rumora que fue el Inspector quien
le ha llamado la atención al Director por los resultados de la escuela en cuanto
a reprobados, deserciones y bajas. Resultado, hay que hacer algo, empecemos por
los maestros que son quienes evalúan y reprueban a los alumnos.
Luego de
conocer las cifras de reprobación para la escuela, por grados y luego por
grupos, iniciamos tratando de responder a una cuestión que suponíamos nos
incluía a todos los ahí presentes: ¿qué refleja el índice de reprobación de una
escuela, de un grupo en particular, del docente y del mismo alumno?
Hubo
muchas respuestas y reflexiones, pero como casi siempre pasa en esta escuela --supongo
que solo es en la mía y en las demás no es así— empezó a formarse una frontera
invisible entre directivos y maestros, invisible pero muy clara. La mayoría de
nosotros nos acomodamos en las sillas como buscando una postura más cómoda. Nos
estaban endosando la factura.
Ante el
inminente ambiente de tensión, el director llevó la atención a la lectura y
análisis del acuerdo 200 –que rige las normas de evaluación para la educación
básica y normal en el país--. Los comentarios resultaron por demás
interesantes.
A los
maestros de mayor experiencia no pareció gustarles mucho abordar el acuerdo, se
reflejaba en su cara el fastidio y la desaprobación. Parecía que sus
expresiones dijeran: “otra vez lo mismo”.
Para
algunos otros, los más jóvenes, se lanzó el comentario de su desconocimiento y
de la fuerte necesidad de su estudio, comprensión y seguimiento. Algunos
apreciaron en ese comentario algo de reproche y señalamiento, a decir de sus
expresiones, gestos y miradas.
La
lectura del acuerdo transcurrió sin mayores problemas, más bien parece que a
nadie le interesó mucho, miradas al vacío, reacomodos en las sillas como si éstas
tuvieran algún defecto que no les permitiera quedarse quietas, solo la voz del maestro
que lee, mientras que los demás simulamos seguirlo. El silencio parece ser más elocuente
y fiel reflejo de lo que va pasando en nuestras mentes.
Uno de
los maestros más jóvenes inicia el ataque. Dice que él no está muy de acuerdo
con el documento, que tiene muchos planteamientos cuestionables, pero acepta
que como es parte de la
normatividad tiene que apegarse a él y dejar a un
lado sus discrepancias, aunque enfatiza que éstas
son consistentes y que deberían ser revisadas.
El Director reviró
con una pregunta, que ya el joven maestro esperaba, ¿cuáles discrepancias? Éste
fue muy claro en sus apreciaciones y anotó no menos de tres.
·
El
acuerdo no precisa el significado de tres conceptos básicos: medición,
evaluación y calificación, y por momentos parece utilizarlos como sinónimos. Al
menos evaluación y calificación representan dos conceptos totalmente distintos
y referidos a dos actividades distintas.
·
Es
tan general que no especifica una metodología clara para la evaluación y todo
lo deja en “procedimientos pedagógicos adecuados” –un saco demasiado grande-- ¿cuáles
son los parámetros para evaluar los distintos tipos de contenidos de la
educación secundaria: conocimientos, habilidades, actitudes, hábitos y valores
señalados en los programas?
·
Nos
pide evaluar cuando el mismo sistema, la estructura administrativa de la
escuela secundaria, nos exige calificar. No hay un artículo que especifique
cómo habrá de convertirse una evaluación –que dicho sea de paso, cuyos
resultados no parecen usarse en las escuelas— en una calificación, un número que
habrá de representar todos los procesos realizados por los estudiantes y que
habrá de definir el estado académico de los muchachos.
Fue suficiente. Otros
maestros se unieron a él con aprobaciones en voz baja, en afirmaciones con ligeros
movimientos de cabeza… parecía que uno de los bandos cobraba fuerza después del
primer embate de aquellos.
Se escuchó otra
intervención. ¿De dónde ha salido la escala de calificaciones, cuáles son los argumentos
pedagógicos –o de otra índole—para decir que la escala de calificaciones inicia
en el cinco?
Aquí aparecieron dos
grupos. Los unos en defensa del cinco como calificación mínima –los apologistas--,
que los lleva a mantener la postura de que por solo estar presente el alumno ya
ha obtenido el cinco y que cuestiona si ¿no es suficiente lo que un alumno hace
–por muy poco que esto sea-- para obtener un punto durante todo un bimestre y
así aprobar? Apuntalando que si se requiere reprobar a alguien ahí está el
cinco, si no por qué habría de estar y entonces la escala sería de seis a diez.
Los otros en pleno
desafío y utilizando el mismo argumento afirman que eso es facilitarle las
cosas al muchacho y que es incongruente con el espíritu formativo de la escuela
secundaria y la formación de los adolescentes. Sin mayor esfuerzo tienen cinco
de diez y solo medio trabajan por un punto, sabedores de que con eso es
suficiente. La cultura del menor esfuerzo, dice otro maestro.
La maestra de Biología
lanzó otro comentario. Aquel caso de Lupián, el chico del tercero C, que el
primer período trabajó de forma que sus calificaciones llegaran al ocho o
nueve, en el segundo se preocupó por sacar ocho o siete y que los tres periodos
siguientes bastaba con que se le asentara la mínima calificación para aprobar el
año. Faltó mucho, trabajó muy poco y el último período prácticamente no asistió
a clases.
La cadena continuó,
ahora el comentario tiene que ver con el asunto de las asistencias. A decir de
los maestros es una gran ausencia del acuerdo, ¿cómo un alumno puede apropiarse
de los contenidos de un programa –del tipo que sean-- si no está presente? ¿y
si no está presente es justo asentarle un cinco?
Argumentos fueron,
argumentos vinieron. Ejemplos, muchos. Con nombre y apellidos. Al final me
quedo con un sentimiento de desesperanza. Por una parte siento que este tiempo
dedicado al acuerdo 200 –porque además ya ni siquiera alcanzamos a hablar de
las deserciones y las bajas-- ha tenido como propósito convencernos de su
utilidad y no de una verdadera reflexión sobre su pertinencia, eficiencia, adecuación
y actualidad; ha tenido como propósito decirnos: “ustedes están mal y tienen
que arreglarlo, esto es lo que se debe de hacer”, y nos quedamos como el Atlas,
cargando al mundo.
Por la otra, tengo la
sensación de que todo ha sido palabrería, pues no hemos llegado a ningún lado,
pues además desde este lugar –las trincheras de las escuelas como dijo un
maestro-- no podemos hacer mucho por modificar un acuerdo, aunque estoy
convencido que las políticas y normatividad para la evaluación en las aulas
deben ser reformadas. Y sí, al final he escuchado lo que tal vez en tu escuela
también se diga: “maestro busca las estrategias más adecuadas para bajar el
índice de reprobación”.
El
Maestro Roberto.
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