miércoles, 27 de mayo de 2015

Las reflexiones del maestro Roberto: crónicas escolares, la vida en la escuela


No cabe duda que los acontecimientos que de alguna manera cambian el entorno escolar nos hacen reflexionar, por muy pequeños que éstos sean.

Desde hace algún tiempo a los maestros de la escuela secundaria les viene preocupando el asunto de la disciplina y el entorno en el que trabajan. Ayer, apenas unos días antes de las vacaciones decembrinas, un hecho que ha puesto a todos a pensar.

Terminó el turno matutino y los alumnos abandonaban la escuela. Para nadie es un secreto que la comunidad en que se encuentra enfrenta serios problemas sociales que van determinando el estilo de vida de sus habitantes: un nivel socioeconómico bajo, muchas familias con un solo padre, alcoholismo, drogas, pandillerismo y violencia.

Los alumnos salían y al mismo tiempo otros se arremolinaban a unos cuantos metros de la salida, para esta escuela ese remolino de adolescentes es un signo muy claro: hay una pelea.

 

Pero esta vez no es una pelea entre alumnos de la misma escuela, tres adolescentes “de la calle”, de los que no están estudiando, montados en sus bicicletas, en camiseta y mezclilla, de tenis y gorra, atacan a uno de los alumnos.

 

Una madre de familia entra corriendo a la escuela para avisar del asalto, una maestra que encuentra en el camino se apresura a la escena, ¡no hay nadie más! ¡Ningún otro maestro!, y si los había tal vez ni se enteraron… ¿o será mejor decir, ni se interesaron?

 

Intervenir en una riña es un asunto peligroso. Como la mayoría lo haría, la maestra trato de apartar al estudiante de secundaria, de resguardarlo y protegerlo. Entre gritos de ¡friégatelo¡ ¡sácala y ponle en su…! La maestra se interpuso y recibió dos buenos golpes que la mandaron al suelo.

 

Aparecieron las armas blancas y al ver que se acercaban otros maestros, alertados por la madre de familia, el remolino se disolvió… la pelea terminó.

 

Alguien ayudó a la maestra a levantarse mientras todos se dispersaban – luego se supo que era un ex alumno de la misma escuela--.

 

En la cara de la maestra había lágrimas, llanto de impotencia más que de vergüenza. Impotencia de no poder hacer nada, de no haber logrado separarlos, de no haber finiquitado con su presencia el inminente pleito. El dolor de los dos golpes y la caída era minúsculo al lado de su sensación de abandono, de soledad ante la ausencia del apoyo de sus compañeros maestros.

 

¿Reflexión? Sí, algunos hechos nos hacen pensar. Nuestros jóvenes son cada vez más violentos, más cercanos a arreglar sus diferencias a golpes, Nuestras escuelas ya no son tan seguras, el maestro ya no es esa imagen de autoridad que solía ser, al que todos respetaban. Las normas de convivencia parecen haberse extinguido; ahora se defienden mucho los derechos de los niños, pero cómo van a aprender que también hay deberes, obligaciones y responsabilidades.

 

Como padres y maestros ¿no estaremos educando para el libertinaje? ¿además de promulgar y defender los derechos de los niños –una tarea necesaria en sí misma—no nos está haciendo falta enseñarles límites, responsabilidades, compromisos, verdaderos valores de convivencia? ¿nos estará haciendo falta una escuela secundaria distinta de la que ahora tenemos?

 

Hoy la maestra está callada, silenciosa, como si con su silencio quisiera decirnos algo.

 

 

 

 

El Maestro Roberto

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