Vuelvo a dar un
vistazo a las listas de calificaciones y persiste esta sensación de preocupación.
Con todos los grupos parece que es lo mismo, muchos alumnos no alcanzan una calificación
aprobatoria, más de diez alumnos en cada grupo.
Las indicaciones de
la dirección y de la supervisión escolar tienen un peso invisible que poco a
poco va produciendo un sentimiento de frustración. Reprobar a menos del 8 % de alumnos
es lo permitido, es lo aceptable, si rebasas ese número algo estás haciendo mal
e inevitablemente se endosa la factura al docente sin mediar ninguna otra
posibilidad.
A veces me pregunto
si cuando los chicos reprueban efectivamente es que estoy haciendo mal, que el único
responsable soy yo y casi siempre me convenzo de que no es así, que he hecho mi
mejor esfuerzo en el trabajo con los alumnos y que hay “otras cosas” que
influyen en que los muchachos reprueben.
En todo caso habría
que poner atención a todos los factores que llevan a un chico a reprobar, y aunque
muchos de ellos escapan al ámbito de influencia del docente, pienso en cómo
organizo mi clase: cada alumno lleva en su libreta un registro diario de
actividades, ahí se anotan las calificaciones de las actividades ordinarias en
el salón de clases –que llamamos así porque son las actividades comunes que se
realizan en el aula o en casa, como lecturas, ejercicios en el libro de texto,
cuaderno y tareas— y también las actividades especiales –que son actividades
más complejas, que requieren de mayor dedicación y tiempo, y que ofrecen un
producto en el que el alumno tiene la oportunidad de dar cuenta de lo aprendido
y su aplicación— ejemplo de éstas son los exámenes, las visitas, exposiciones, investigaciones,
antologías y demás actividades complejas.
Cada una de mis
clases tiene dos partes bien definidas. En una lo teórico, los elementos conceptuales
que comprendidos adecuadamente por los estudiantes les permitirían desarrollar procesos
y procedimientos más prácticos y obtener algún tipo de producto que reflejara
la apropiación de lo aprendido, que es la segunda parte de la clase.
A lo largo de los cursos
escolares he ido tratando de utilizar las técnicas más apropiadas a cada contenido,
procurando el desarrollo de habilidades en mis alumnos. Pero en los últimos
años me he encontrado con prácticas cada día más comunes entre los alumnos,
prácticas que obstaculizan el aprendizaje y hasta la participación activa de
los alumnos.
Frecuentemente hay
alumnos que “olvidan” sus materiales de trabajo, desde el libro de texto hasta
la libreta o plumas; en algunos casos este olvido parece ser consciente y una
manifestación clara de desagrado por el trabajo académico; y lo que es peor
--aunque confirma esta percepción de irrelevancia de la escuela secundaria al
alumno—no es solo una práctica de mi clase, varios de mis compañeros docentes también
sufren de este mal.
Por otra parte, las
tareas ya no representan un compromiso para el alumno, una actividad de refuerzo
de lo aprendido, han perdido ese carácter. De mis cuarenta alumnos, una tercera
parte no cumple con estas actividades. Los padres lo saben, pero no parece
importarles mucho, muchos de ellos tienen como mayor preocupación su incapacidad
para guiarlos, para obtener de ellos un poco de obediencia.
Lamentablemente la
falta de materiales, las ausencias y faltas, el bajo rendimiento y los problemas
de conducta parecen coincidir siempre en los mismos alumnos.
En este asunto de la
reprobación ¿el único responsable es el docente? ¿cuál es la responsabilidad
del alumno y del padre de familia? Algo deben tener en este asunto. Muchas preguntas
relacionadas con ellos podrían aquí ser anotadas: ¿es la escuela secundaria
relevante para los estudiantes? ¿tiene algún sentido individual y social
estudiar la secundaria? ¿cuál sería ese sentido para mis alumnos? ¿ofrece la escuela
secundaria lo que ellos necesitan, lo que les es significativo?
La poca
significatividad será parte de la apatía que buena parte de los estudiantes
muestran hacia la escuela secundaria?, esto va más allá de los comentarios de “hacer
dinámica e interesante la clase” para que los alumnos se motiven –acaso no hay
una motivación interna, responsabilidad de los usuarios--.
Buena parte de las respuestas
parecen estar en ellos, en los usuarios primarios de la escuela secundaria:
alumnos y padres.
Por lo pronto y como
otras tantas veces, busco “hasta por debajo de las piedras” algo que pueda encontrar
para justificar el seis de estos trece alumnos y bajar el índice de
reprobación, al menos, al ocho por ciento.
El
Maestro Roberto
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