Cuando
pienso en el discurso y en aquellas ideas de mejorar la educación que se
imparte en las escuelas secundarias, de elevar la calidad de la educación, inevitablemente
pienso también que eso sólo se podrá lograr mejorando las condiciones de dos
personajes: los alumnos y los maestros, y que lo demás solo tiene importancia si
es en apoyo de ellos pues finalmente es ahí, en su interacción, en donde se
hacen y se conforman los actos educativos.
Y luego
mi imaginación vuela --como en aquellos días de adolescente que viajando y
mirando por la ventana del autobús construía escenarios en los que podía ir
recreando aquellos deseos y sueños que la vida real no te permite vivir, episodios
fantásticos que podría recrear de cuando en cuando y modificar con tanta
libertad que finalmente parecían realidades de un mundo personal, íntimo, particular,
que... iban llenando las ausencias y huecos que la propia vida iba dejando-- aguzada
por aquella pregunta que muchas veces me he hecho y que las mismas veces he deseado
se la hicieran aquellos personajes que tienen en sus manos las decisiones sobre
los rumbos de la educación en nuestro país: ¿qué condiciones laborales y profesionales
de los docentes harían que el nivel educativo alcanzara los niveles de calidad
de los que tanto se habla, de los que tanto se anhela? ¿qué les hace falta a
los docentes? o tal vez más personal, ¿qué me gustaría tener en mi trabajo, en
condición de docente, que me permitiera elevara la calidad de la educación, ahí
en mi aula?
He aquí
mi sueño, un sueño que no está basado, como muchos podrían pensar, únicamente
en una alta remuneración económica a la docencia. No, es un sueño basado en una
alta remuneración a la autoestima del docente, a su propia imagen – que no a la
imagen social, aunque también serviría--, al sentimiento de ser una persona importante
y justamente valorada, satisfecha con lo que hace, orgullosa de su profesión y
de las oportunidades de crecimiento y logros que el sistema educativo le
brinda. En resumen, una persona feliz de ser maestro.
Me imagino
trabajando con grupos de 25 alumnos, la cantidad que me permite aprender sus
nombres, los nombres de la mayoría de los alumnos de los grupos que atiendo –a
veces hasta doce en un curso escolar--, revisar sus trabajos, leerlos, decirle
a cada uno mi opinión de lo que me muestra, darles algo más que veinte minutos
de exposición en voz muy alta para que todos me escuchen, conocerlos más allá
del trabajo escolar y tal vez, ayudarles a algo más que aprender a escribir y
hablar correctamente, a resolver ecuaciones o comprender las leyes de la física
y la química.
Puedo
imaginarme con el tiempo suficiente para preparar no solo mis clases, también
los materiales y recursos, la planeación escrita de cada semana –o de cada
día--, los informes y las actividades extraescolares. Qué bien me caerían las siete horas de fortalecimiento que algunos de mis compañeros tienen: trabajaría 35 horas frente a grupo y tendría siete para todas estas cosas, no importa que --aunque así debería ser—esas siete horas las pasara trabajando en un cubículo o en la sala de maestros, siempre y cuando las pudiera utilizar para todas esas tareas que no son precisamente las del aula con los muchachos, pero que también son importantes.
Puedo ver a los
maestros planeando con entusiasmo lo que harán en este año tan especial pues el
sistema les ofrece por cada diez años de servicio uno sabático. No es un año de
no hacer nada, es un año de descanso del trabajo en las aulas, de cambio de
actividad, de renovación de fuerzas y motivaciones. Algunos están apurados buscando
de entre las ofertas académicas aquellas que más les interesan para su
formación y actualización: cursos, talleres, diplomados, especialidades. Es una
oportunidad de crecimiento.
Detengo mis pensamientos
para disfrutar de esta idea: bastarán esas tres cosas para hacer que los maestros
pongamos el corazón y las energías en nuestras escuelas, para que solamente nos
dediquemos a lograr que nuestros alumnos se desarrollen –y no andar buscando
aquí y allá para completar los gastos--, para sentirnos realizados en esta
profesión. Y si además le agregamos una remuneración económica que nos permita
un buen nivel de vida, aseguraríamos un desempeño óptimo, y con certeza, una
intervención más eficiente.
Mi fantasía se ve
interrumpida por uno de mis alumnos. César, quien sube unas cuantas cuadras
antes de la escuela, me toca el hombro y me dice que hemos llegado. Debo
apurarme a bajar antes de que el camión nos lleve hasta la otra parada.
El Maestros Roberto
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