Todos los
seres vivos tienen como prioridad la satisfacción de las necesidades básicas
con el fin de prolongar la vida propia o la especie, en el caso de los seres
humanos estas necesidades tal como la alimentación, la evacuación de lo que el cuerpo
no necesita, la sexualidad, la pertenencia, se pueden resumir en una palabra:
supervivencia.
La
búsqueda de satisfactores ha llevado al ser humano a crear las herramientas
necesarias para que los recursos sean suficientes para el grupo en el momento presente
y pueda haber reservas para el futuro. Estas necesidades básicas van acompañadas
de placer al ser satisfechas (1); por el contrario si las necesidades básicas
no son satisfechas aparece el displacer, con todo el espectro de displacer que
esto supone, desde angustia hasta enfermedades mortales...
Sigmund
Freud se dio cuenta de esta dualidad en los seres humanos, por un lado nos
empeñamos en satisfacernos individualmente, pero por otra parte no podríamos
hacerlo sin el grupo al que pertenecemos. Entonces accedemos a la pregunta
ancestral ¿qué es más importante, el grupo o el individuo? A diferencia de
otros animales que nacen con roles específicos dentro del grupo, el ser humano
tiene la posibilidad de elegir los momentos en que habrá de escoger el desarrollo
del grupo o el desarrollo individual.
Somos
seres sociales, ya lo apuntaban los griegos, y esta pertenencia al grupo ha
creado en el ser humano la necesidad de organización para la supervivencia,
esta organización dio paso a las sociedades y
a la cultura (2).
Freud trata de explicar
la ecuación de la siguiente manera: el ser humano pertenece a una sociedad de
la cual extrae sus satisfactores, acompañados con su dosis de placer, y esta se
encarga de educar al individuo para que mantenga los principios de
supervivencia del grupo; Freud descubrió que la ocupación de los individuos más
jóvenes era exclusivamente su auto desarrollo, mientras más joven era el
individuo más centrado en sí mismo era su preocupación.
Así, para que se
pueda llegar a tener la conciencia de grupo el individuo tiene que aprender que
en ocasiones el grupo es más importante que su individualidad, incluso que su
vida; y por esto habrá que educarle, y ¿en qué consiste esa educación? La respuesta
es sencilla, aunque no su ejecución. La educación del individuo consiste en
postergar la satisfacción inmediata de ciertas necesidades individuales junto
con el placer que conlleva para poder alcanzar las metas que el grupo requiere,
esto tiene un precio: displacer individual (3).
La socialización del
individuo inicia en las primeras etapas de la vida, comienza con los tiempos de
la alimentación del bebé, enseguida con el control de esfínteres y así
sucesivamente va apropiándose de los principios que son valiosos para la
sociedad a costa de su satisfacción inmediata. Ante esta continua limitación
del placer inmediato algunos individuos logran adaptarse y aprehender mejor las
exigencias del grupo, mientras que otros individuos sufren más esta adaptación,
y algunos no lo logran.
B.
Disciplina
La
comunidad humana se preocupó por enseñar a las nuevas generaciones los valores
que permitirían la continuidad de la misma, en todas las culturas encontramos
los modos en que estos valores son transmitidos a los más jóvenes, encontramos
tradiciones orales, escritas, pictográficas, musicales, etcétera. Sin intención
de hacer una “historia de la educación” podemos mencionar que entre los griegos
encontramos los primeros intentos de lo que posteriormente serían las
universidades occidentales, y desde entonces una continua discusión viene
acompañando este desarrollo de la educación: ¿cuál es el mejor camino para
educar?
El
concepto de disciplina viene aparejado con el de educación, cualquiera que sea
el concepto de esta. Evidentemente también la aplicación de lo que conocemos
como disciplina ha tenido muchísimas variantes. En estricto sentido la disciplina
es mantener la conducta individual y de grupo dentro de ciertos parámetros
suficientes para el desempeño de ciertas prácticas. ¿Qué sucede con aquellos
que no logran? En la antigüedad los pupilos eran casi pertenencias del educador,
los padres entregaban a los hijos (en sus inicios únicamente varones) y los
maestros definían qué hacer y qué no hacer, sabemos que en la Academia platónica
los alumnos literalmente se iban a vivir con el maestro, muchos años después lo
mismo sucedió en la Edad Media con las universidades, no hace mucho tiempo el profesor
todavía tenía la libertad del uso del castigo físico a los alumnos que no se
adecuaban a los estándares mínimos.
Como toda
creación humana, las acepciones se van modificando o enriqueciendo, de igual modo
ha sido en el caso de la educación. En nuestros tiempos el respeto al individuo
en todos los aspectos por mínimo que sea es una constante, como sociedad hemos
madurado en la concepción del término dignidad y por fin podemos decir que
todos los seres humanos tienen dignidad, aunque en la práctica sea otra cosa.
El problema es que no hemos definido hasta dónde llega la dignidad, y algunos
creen que el concepto propio de dignidad es mejor que el concepto de dignidad
de otros. Ante esto, los educadores nos enfrentamos a un problema gigantesco:
¿cómo educar con disciplina pero sin atacar la dignidad de los educandos?
C. Causas
de problemas disciplinarios dentro de la escuela
Avancemos
con calma, como educadores nos encontramos jugando un papel importante en la vida
de los alumnos y de la sociedad. Dejemos para otro momento la discusión acerca
de si los valores que pretendemos mostrar son los adecuados o no (no es el fin
de este trabajo abordar esta discusión); las instituciones para las que
laboramos tienen un ideario así como una misión en la cual como educadores
regularmente no se nos toma opinión y sin embargo nos insertamos a las instituciones
educativas con la firme convicción de que lo que nosotros enseñamos es algo más
que devengar un salario.
Con base
en lo anterior nos presentamos en el aula haciendo un esfuerzo por compartir
cierta área del conocimiento a alumnos que serán tarde o temprano, y de cierto
modo u otro, los educadores de las posteriores generaciones y no he encontrado
nunca un profesor que diga que la materia que imparte no sirve para nada y no debería
estar en el currículum académico.
Para que
los profesores puedan enseñar y los alumnos puedan recibir la enseñanza debe
haber disposición de ambos lados, unos a transmitir un conocimiento y otros a
recibirlo. Hasta aquí todo está bien en teoría, pero en la práctica nos enfrentamos
a realidades diversas, precisamente porque nuestra labor es con seres humanos.
Sabemos
que la disposición del alumno a recibir un conocimiento no siempre es la
óptima, dicho sea de paso que en ocasiones la disposición del profesor a
enseñar tampoco es la óptima. Por esta vez centremos nuestra atención en el alumno.
Cuando no hay
disposición de los alumnos a recibir ciertos
conocimientos la falta de interés se puede
manifestar de distintos modos: algunos alumnos
aprenden que se puede fingir atención y viajar
con la mente sin molestar a los compañeros o a
los profesores, otros no han logrado esa
adaptación y manifiestan su indisposición con
problemas disciplinarios, retan a los
compañeros, desvían su atención, retan al profesor,
etcétera. Los primeros no incurren en una
falta de disciplina, los segundos sí; son estos los
que provocan dolores de cabeza a los profesores.
Un profesor novato puede caer en ciertas
provocaciones y ocasionar un caos hasta perder
el control de la clase, y todos conocemos casos
en que es el profesor el que finalmente abandona
la clase. Profesores con más experiencia hemos
logrado aprender a librar estos conflictos en
muchas ocasiones simplemente por ensayo y
error. En las carreras profesionales nunca se
nos enseñó qué hacer en el caso de alumnos que
incurren en faltas evidentes de disciplina.
Richard Lewis y Allen
Mendler4 mencionan cuatro posibles razones por las cuales los alumnos pueden
incurrir en faltas de disciplina: aburrimiento de los alumnos, los alumnos no tienen
poder, los límites son poco claros, falta de escapes adecuados para los
sentimientos y ataques a la dignidad.
1.
Aburrimiento
de los alumnos. Todos los educadores nos sentimos contentos con nuestro saber,
y para cualquier expositor es gratificante encontrar un público que se entusiasme
con nuestra clase. ¿cómo reaccionamos cuando uno de nuestros alumnos se aburre,
y además no se molesta en demostrarlo? A veces creemos que los alumnos tienen
la obligación de que nuestra clase les parezca interesante (elemento que en
realidad es más responsabilidad del profesor que del alumno) por una parte, y
por otra nos justificamos de las malas notas que el alumno obtiene como
consecuencia de su desinterés, aunque sepamos que esta es una verdad a medias
2.
El
alumno no tiene poder. La mayoría de nuestras instituciones tienen en el escalafón
más bajo del organigrama a los alumnos, de tal modo que ellos son sólo receptáculos
de las decisiones que se hacen en esferas que ellos nunca conocen. Durante
ciertas horas del día a los alumnos se les dice a qué hora ir al baño, a qué
hora tomar sus alimentos, a qué hora ir al laboratorio, a qué hora salir y hasta
cómo vestirse, todo lo anterior en pos de una educación de alto nivel. Es obvio
que algunos alumnos sientan que no tienen poder, es deber del profesor entablar
el diálogo con los alumnos y que estos sepan que hay cosas que se pueden negociar
y otras que no. Todos sabemos de casos en que la “tiranía” del profesor ha terminado
en una terrible “revolución” por parte de los alumnos
3.
Límites
poco claros. Todas las escuelas cuentan con un reglamento para alumnos, y los
profesores creemos ingenuamente que todos los alumnos conocen perfectamente el
reglamento, valdría la pena leerlo junto con ellos. Por otra parte, los
profesores en ocasiones no somos claros en las reglas dentro del tiempo que convivimos
con ellos y muchas veces improvisamos reglas y sanciones que lejos de ayudar
provocan enojo en los alumnos y la percepción de que el profesor es injusto.
4.
Falta
de escapes adecuados para los sentimientos. “Otra fuente de problemas de
disciplina es la falta de escapes adecuados para expresar los sentimientos. No
corras. No pelees. No tires comida. La mayoría de los maestros tienen reglas para que los alumnos sepan lo que no deben hacer, pero
pocas veces enseñamos a los alumnos qué hacer en lugar de ello”.5 Lo cierto es
que muchos profesores no abrimos en nuestros cursos un momento para escuchar
las inquietudes de los alumnos respecto a la forma y en ocasiones nos sentimos atacados
cuando un alumno hace una crítica.
5.
Ataques a la dignidad. Este es el punto más crítico del escrito.
Cuando un alumno se siente atacado en su dignidad, la defenderá incluso a costa
de su propia estancia en la institución, ya no se diga de la relación con el
profesor. Para un alumno es mejor ser visto como rebelde problemático que como
tonto.
D. ¿Son
necesarias las leyes en la sociedad?
Los
inicios de curso son vitales para la sana relación que se llevará en el grupo
durante la convivencia, siempre es importante que los alumnos sepan qué es lo
que se espera de ellos y qué obtendrán a cambio, sobre todo en el caso de los adolescentes6.
Para estos últimos, vale la pena platicar con ellos sobre el origen de las leyes
y su necesidad en la sociedad, algunos dirán que sería la sociedad perfecta el
no tener leyes, pero poco a poco se descubre que son necesarias para la vida
diaria, de tal modo ellos se hacen conscientes de que las reglas no son nocivas
y que, por el contrario, posibilitan el desarrollo de las comunidades humanas.
En este mismo tópico es muy interesante abordar las consecuencias de violar una
regla, es decir ¿quién sale perjudicado cuando se viola una regla? Unos dirán
que el que rompe la regla, otros dirán que el que recibe el perjuicio pero la respuesta
la sabemos: toda la sociedad. Una discusión que ayuda mucho, es pedirles a los alumnos
que escriban cómo organizarían una escuela, mencionándoles las metas que debe cumplir
la institución. Nos sorprenderemos con las respuestas que dan.
E.
Sugerencias
La
motivación juega un papel muy importante en la conducta de los alumnos, en esto
reside la mayor parte del tiempo la disciplina dentro de un aula; de tal modo
que como profesores debemos despertar el interés de los alumnos por nuestro tema,
algunas sugerencias prácticas para mantener un nivel óptimo de disponibilidad
se mencionan a continuación.
1.
Apréndase el nombre de todos sus alumnos. Dale Carnegie decía que el
sonido más dulce para una persona es su nombre. Cuando usamos frases como “a
ver compañero, dígame usted”, sin mencionar el nombre, es como decir: “no me
importa quién eres, sólo contesta y ya”. Algunos alumnos se sorprenden agradablemente
cuando descubren que el profesor los ubica perfectamente
2.
Poner en evidencia a un alumno es crearle un resentimiento que
nunca olvidará bajo ninguna circunstancia, es un buen modo de hacerse de
enemigos (7). Por el contrario, si el profesor hace preguntas de bajo riesgo,
el alumno contestará adecuadamente y de este modo llamará su atención y su motivación,
y su persona no quedará disminuida
3.
Anime a los alumnos a autoevaluarse, es un buen indicador de la
autopercepción de los alumnos y de la percepción ante la clase
4.
Ante un momento de indisciplina no se desespere, trate de entender
al alumno antes de juzgarlo, esto implica autocontrol por parte del profesor
5.
Sea claro en las reglas al inicio del curso y ejecute las
sanciones como consecuencias y no como castigo, esto implica no inventar en el camino
o improvisar reglas del juego, hacer esto creará en el alumno la percepción de
que el profesor es injusto
6.
Sea creativo y muestre interés por su propia materia. Apasiónese
por su cátedra, los alumnos valoran que un profesor muestre entusiasmo legítimo
en su exposición
7.
Tenga un contacto individual con los alumnos que usted considere que
necesitan una motivación extra. Cuando un profesor muestra un legítimo interés
en el desarrollo académico de un alumno, este se compromete generalmente.
Omar Reyes Pérez
Es Maestro en Filosofía y
Psicoterapia Psicoanalítica
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