Me quedé pensando en las
calificaciones. Antes de irnos a vacaciones cerramos el segundo período de
evaluación y esta vez, como otras tantas, tenía problemas para anotar la
calificación a mis alumnos. Calificación, que no evaluación, aunque como dice
Silvio Rodríguez “que no es lo mismo pero es igual”, al menos así parece para
muchos profesores, a ratos también para mí.
Sin embargo hoy me he dado chance, y
digo que hoy me he dado chance pues otras veces la premura por entregar las
listas de calificaciones en los tiempos estipulados por la dirección, no me ha
permitido reflexionar a cerca de esta práctica en la vida docente: la
evaluación-calificación, para no entrar en polémicas de si evaluamos –que no lo
creo-- o si calificamos...
Decía, me he dado la oportunidad de
reflexionar con cierta tranquilidad el asunto de cómo evaluar-calificar a mis
alumnos --en adelante diré evaluación
para no herir a los colegas que verdaderamente evalúan y no tienen complicación
alguna con las calificaciones-- en fin, mis pensamientos me llevaron a estas hipótesis, que más que hipótesis parecen leyes extraídas
de los últimos cinco años en las aulas frente a los muchachos. Sólo que aquí
las llamaré hipótesis para verme más elegante y menos fatalista. Aquí van:
Si evalúo a mis alumnos de acuerdo a
los propósitos de los programas para los temas correspondientes a este segundo
período me encuentro que tales propósitos no fueron alcanzados, que a pesar de
que trabajamos bajo una buena planeación, mis alumnos –y obviamente algo me
toca a mí-- no pudimos acercarnos a
dichos propósitos.
Si evalúo conforme a los avances
individuales de cada uno de mis alumnos, como muchas veces se ha dicho en las
reuniones de mi escuela, me encuentro que no puedo hacerlo, que aún no soy
capaz de ver los avances de cada uno de mis 413 alumnos del turno matutino y de
los cuarenta y tantos del turno vespertino. Verdaderamente no puedo valorar
cuánto ha caminado cada uno de ellos. La verdad es que ni siquiera puedo
aprenderme todos los nombres.
Si evalúo conforme al desarrollo de
destrezas y habilidades para este segundo período, me doy cuenta de que se han
desarrollado muy poco, con la sospecha de que algunos no han tenido el menor
avance.
Si evalúo de acuerdo a los trabajos y
tareas realizados en el período --en el
aula o en casa-- puedo ver que hay
alumnos que se defienden muy bien, que si no han alcanzado los propósitos del
programa, avanzado en cuanto a sí mismos o desarrollado habilidades y
destrezas, sí han trabajado; y algunos otros han podido llevarse algo adicional
de las tres primeras.
Si evalúo --como lo hacen algunos de
mis compañeros y como yo mismo lo aprendí de mis maestros de secundaria-- con el examen, me encuentro que son muy pocos
los alumnos que se apropiaron de los contenidos declarativos, procedimentales y
actitudinales. Amén de si mi instrumento de evaluación sea un buen instrumento
o solo una serie de reactivos ordenados del uno al… ¿cien?
Todavía tuve tiempo de acordarme del
maestro Jorge que siempre ha dicho que si la calificación mínima es cinco y el
alumno no ha faltado mucho, justo es que por todo lo que haga, por menos que
sea, le daría un punto. Así que no hay de que preocuparse y pensar en ponerles
un seis a los más flojos.
Finalmente pienso en mis alumnos, en
sus intenciones y motivaciones personales para estar en la secundaria y me pasa
por la mente que casi para todos ellos la secundaria será el grado mayor de
estudios que logren por sus condiciones socioeconómicas desfavorables y
recuerdo a aquel maestro cargado de años y experiencia que nos decía: “si será
lo más lejos que lleguen, ayudemos a que lo logren”
Esta vez, asentar calificaciones no ha
sido una tarea agobiante ni una búsqueda hasta por debajo de las piedras.
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