jueves, 29 de octubre de 2015

Las reflexiones del maestro Roberto: del libre tránsito en la educación básica

El tema de la baja calidad en la escuela ha dado mucho de qué hablar, las evaluaciones en las que hemos participado no nos han colocado en un buen lugar, los índices de eficiencia terminal no son tampoco halagadores, los de reprobación y deserción son altos y suelen estar asociados.

Pero en lo que respecta a la reprobación hay al menos dos maneras de plantear el problema. Una, la postura optimista, que ve a la reprobación como la segunda oportunidad de aprendizaje para el alumno y como una manera de homogeneizar a los grupos en su tránsito por la escuela; y la otra –mucho menos optimista—, como un obstáculo para que nuestros niños retarden su tránsito por la escuela o simplemente no concluyan la educación básica.


Podríamos preguntarnos, ¿para qué se reprueba en la escuela, esto es, cuál es el propósito de la reprobación? y seguramente, como buenos maestros, pensaremos en la práctica para evaluar la trayectoria individual de quien no tiene los conocimientos básicos para la promoción al grado siguiente. Pensamos en el perfil del estudiante al término de un curso, en lo que debe saber o saber hacer, y desde ese parámetro emitimos un juicio de acreditación o no acreditación. Y como práctica generalizada –a quienes no cumplen el perfil, aunque sea en lo más mínimo—, los reprobamos, pero no les ofrecemos algo que los ponga a la par de los demás, o les ofrecemos muy poco.

Y este asunto de la reprobación surge ahora porque de alguna manera se ha considerado que al eliminarla se estaría trabajando en mejorar la educación básica en el país: se mejoraría el promedio de rendimiento académico de nuestros niños, se garantizaría la educación básica para todos –nadie se estancaría en ninguno de los grados—, se agilizaría el trayecto escolar de los estudiantes –con ello habría menos niños en edad avanzada aún en la educación básica— se evitarían efectos negativos personales y sociales de quienes reprueban, y claro, se eliminarían los índices de reprobación. Parece muy bonito, ¿no?

Supongamos que lo hacemos. Que en el sistema educativo se puede eliminar la reprobación de los alumnos y éstos transitan libremente por la educación básica. Parecería lógico entonces que, como parte del mismo sistema educativo, el aprendizaje de los niños rezagados –aquellos que no alcanzan los conocimientos básicos, tendremos que aceptar que siempre los hay— estaría garantizado por algún tipo de programa de apoyo o remedial que les permitiera disminuir o eliminar ese rezago, que se haría necesaria la atención diferenciada a cada niño-estudiante, que las escuelas estarían en posibilidades de ofrecerla a cada uno de sus alumnos y que los maestros estaríamos lo suficientemente preparados para atender a estas necesidades. ¿Será posible?

Pero por otra parte, compañero maestro, ¿qué argumentos tenemos en contra de eliminar la reprobación? Sigamos pensando como buenos docentes. Eliminarla parecería una oportunidad para abandonar la exigencia respecto al nivel deseable de aprendizaje –qué nos forzaría a docentes y alumnos a echarle ganas, si con reprobación estamos como estamos, cómo estaremos sin este elemento de presión— y demerita el aprendizaje al quitar una motivación importante al estudio –de todas maneras no me pueden reprobar, ya parece que oigo a los muchachos—. En fin.

Pero más allá de todo esto, la verdadera pregunta parece ser esta: ¿cuáles son los problemas de fondo de la reprobación? Indudablemente que tienen que ver con la misma escuela, con sus programas, con sus propósitos, con su estructura, con su poca significatividad para los propios estudiantes, con el para qué de la educación básica.

Pero bueno, algo habrá de tener de positivo esta idea de eliminar la reprobación, ¿y qué tal si nuestros niños transitan libremente la educación primaria y al sexto grado todos, tal vez en un examen nacional –ahora que tenemos al Instituto Nacional de Evaluación Educativa que podría hacer las veces de certificador y gracias al cual las escuelas y maestros no tendrían influencia directa en la valoración evitando así las suspicacias sobre los resultados— se juegan su promoción al siguiente ciclo de educación básica?

Imagínese un examen en el que padres, maestros, alumnos y sociedad en general depositan su atención en aras de elevar la calidad de nuestra educación. Un examen para el que todos trabajan pues con él se juega no sólo la acreditación de un nivel –el tránsito libre— sino también la certificación  y promoción al siguiente –certificación de haber alcanzado los conocimientos básicos y el pase al siguiente nivel—. Lo mismo se aplicaría para el tercero de secundaria.

Así, si tenemos un sistema que evalúa desde lo logrado por los alumnos, ésta sería una buena opción para combinar el libre tránsito y el logro de un perfil básico de nuestros estudiantes, ¿no cree?




El Maestro Roberto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario