El tema de la baja calidad en la
escuela ha dado mucho de qué hablar, las evaluaciones en las que hemos
participado no nos han colocado en un buen lugar, los índices de eficiencia
terminal no son tampoco halagadores, los de reprobación y deserción son altos y
suelen estar asociados.
Pero en lo que respecta a la
reprobación hay al menos dos maneras de plantear el problema. Una, la postura
optimista, que ve a la reprobación como la segunda oportunidad de aprendizaje
para el alumno y como una manera de homogeneizar a los grupos en su tránsito
por la escuela; y la otra –mucho menos optimista—, como un obstáculo para que
nuestros niños retarden su tránsito por la escuela o simplemente no concluyan
la educación básica.
Podríamos preguntarnos, ¿para qué se
reprueba en la escuela, esto es, cuál es el propósito de la reprobación? y
seguramente, como buenos maestros, pensaremos en la práctica para evaluar la
trayectoria individual de quien no tiene los conocimientos básicos para la
promoción al grado siguiente. Pensamos en el perfil del estudiante al término
de un curso, en lo que debe saber o saber hacer, y desde ese parámetro emitimos
un juicio de acreditación o no acreditación. Y como práctica generalizada –a
quienes no cumplen el perfil, aunque sea en lo más mínimo—, los reprobamos,
pero no les ofrecemos algo que los ponga a la par de los demás, o les ofrecemos
muy poco.
Y este asunto de la reprobación surge
ahora porque de alguna manera se ha considerado que al eliminarla se estaría
trabajando en mejorar la educación básica en el país: se mejoraría el promedio
de rendimiento académico de nuestros niños, se garantizaría la educación básica
para todos –nadie se estancaría en ninguno de los grados—, se agilizaría el trayecto
escolar de los estudiantes –con ello habría menos niños en edad avanzada aún en
la educación básica— se evitarían efectos negativos personales y sociales de
quienes reprueban, y claro, se eliminarían los índices de reprobación. Parece
muy bonito, ¿no?
Supongamos que lo hacemos. Que en el
sistema educativo se puede eliminar la reprobación de los alumnos y éstos
transitan libremente por la educación básica. Parecería lógico entonces que,
como parte del mismo sistema educativo, el aprendizaje de los niños rezagados
–aquellos que no alcanzan los conocimientos básicos, tendremos que aceptar que
siempre los hay— estaría garantizado por algún tipo de programa de apoyo o
remedial que les permitiera disminuir o eliminar ese rezago, que se haría
necesaria la atención diferenciada a cada niño-estudiante, que las escuelas
estarían en posibilidades de ofrecerla a cada uno de sus alumnos y que los
maestros estaríamos lo suficientemente preparados para atender a estas
necesidades. ¿Será posible?
Pero por otra parte, compañero
maestro, ¿qué argumentos tenemos en contra de eliminar la reprobación? Sigamos
pensando como buenos docentes. Eliminarla parecería una oportunidad para
abandonar la exigencia respecto al nivel deseable de aprendizaje –qué nos
forzaría a docentes y alumnos a echarle ganas, si con reprobación estamos como
estamos, cómo estaremos sin este elemento de presión— y demerita el aprendizaje
al quitar una motivación importante al estudio –de todas maneras no me pueden
reprobar, ya parece que oigo a los muchachos—. En fin.
Pero más allá de todo esto, la
verdadera pregunta parece ser esta: ¿cuáles son los problemas de fondo de la
reprobación? Indudablemente que tienen que ver con la misma escuela, con sus
programas, con sus propósitos, con su estructura, con su poca significatividad
para los propios estudiantes, con el para qué de la educación básica.
Pero bueno, algo habrá de tener de
positivo esta idea de eliminar la reprobación, ¿y qué tal si nuestros niños
transitan libremente la educación primaria y al sexto grado todos, tal vez en
un examen nacional –ahora que tenemos al Instituto Nacional de Evaluación
Educativa que podría hacer las veces de certificador y gracias al cual las
escuelas y maestros no tendrían influencia directa en la valoración evitando
así las suspicacias sobre los resultados— se juegan su promoción al siguiente
ciclo de educación básica?
Imagínese un examen en el que padres,
maestros, alumnos y sociedad en general depositan su atención en aras de elevar
la calidad de nuestra educación. Un examen para el que todos trabajan pues con
él se juega no sólo la acreditación de un nivel –el tránsito libre— sino
también la certificación y promoción al
siguiente –certificación de haber alcanzado los conocimientos básicos y el pase
al siguiente nivel—. Lo mismo se aplicaría para el tercero de secundaria.
Así, si tenemos un sistema que evalúa
desde lo logrado por los alumnos, ésta sería una buena opción para combinar el
libre tránsito y el logro de un perfil básico de nuestros estudiantes, ¿no cree?
El Maestro Roberto.
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