martes, 20 de octubre de 2015

Del archivero: el status pedagógico de los valores, algunas notas para reflexionar


Más allá de los reclamos sociales de ocuparse nuevamente de los valores en la escuela ante el supuesto panorama de crisis que se vive en la sociedad, en la que se cuestiona si éstos ya no responden a la época que se vive y la preocupación por incluir su formación en la institución escolar, habría primero que dilucidar la naturaleza de los valores y las formas de su apropiación y actualización.

Tres situaciones que pueden ir dando pistas sobre el asunto de su apropiación. En una, aquel jovencito que va haciendo suyas algunas actitudes, comportamientos y valores de su padre sin que medie entre ellos palabra o discurso alguno al respecto, sin que el padre intencionadamente converse con él acerca de los valores; que lo ve levantarse temprano, salir siempre puntual a su trabajo, esforzarse por hacer bien las cosas, verlo buscar soluciones a cualquier situación que se le presenta sea ésta de una simple actividad cotidiana o sea de una decisión importante, que lo ve mantenerse firme ante lo que cree y cómo todo eso le ha ganado el respeto de otros adultos.


En la otra, un adolescente que en el aula escucha de su maestro que los valores son ideales que norman las conductas humanas, que son necesarios para la convivencia, que son principios que enriquecen su forma de vida y que realiza algunas de las actividades propuestas por su maestro; pero que en la convivencia con otros chicos, con sus compañeros, en sus conductas cotidianas en la escuela se aleja mucho de lo que aparentemente aprende; y al maestro mismo que trabajando explícitamente en el desarrollo y formación de valores con sus alumnos, habla de ellos, los explica, los define desde su propia concepción, propone algunas actividades y asume con esto que sus alumnos se han apropiado de ellos, que espera que con esto los estudiantes se hayan formado algunos valores.

La tercera, el mismo salón, los mismos muchachos, el mismo maestro. Un adolescente que igualmente participa de las mismas prácticas y actividades, por alguna razón atiende a la clase, hace lo que propone su maestro, participa de las experiencias educativas que le comunica su profesor y parece conjugar algunos aspectos de su persona con lo que se hace en la clase y muestra en su conducta una verdadera apropiación de lo aprendido, los valores.

Estas situaciones tan distintas, nos enfrentan a una pregunta básica: ¿cómo nos apropiamos de un valor? o bien ¿qué hace que nos apropiemos de un valor? ¿los valores se aprenden, su apropiación tiene que ver con acciones totalmente intencionadas por otra persona que nos los trasmite y nosotros nos los apropiamos? y si es así, ¿los valores se pueden enseñar?, o más bien, ¿son producto de un proceso meramente interno, también de aprendizaje, que construimos nosotros mismos y nos apropiamos de ellos como una acción gestionada desde dentro, aún cuando se hagan necesarios algunos referentes externos, incluida la acción intencionada de otro?

Aquella primera situación respaldaría una apropiación autónoma de los valores sin la mediación de acción educativa intencionada y sistemática, tal vez bajo algún proceso de autoeducación que  –en nuestro caso— el adolescente realiza bajo un tipo de influencia específica: la figura, la imagen y la conducta de su padre, a la que también podríamos llamar ejemplo. Aquí, la apropiación parece ser una acción desempañada exclusivamente por el adolescente, un proceso totalmente individual que sólo tiene un referente externo no intencionado; pero una apropiación que tiene un elemento distintivo, la parte afectiva expresada en la relación entre padre e hijo. Sería entonces un aprendizaje de valores estrictamente en lo concreto de la vida, en el testimonio, en el ejemplo, que de alguna manera recorre un camino  –pretendemos explorarlo— hasta la internalización y apropiación en el hijo. Un aprendizaje desde lo afectivo. Sin embargo, este elemento no parece ser suficiente para explicar la forma en que se apropian los valores.

La segunda situación, en ambos frentes, alumno y maestro, hace resaltar el aspecto cognitivo de los valores en acciones educativas intencionadas y sistemáticas, las escolares. Se da  por supuesto que el aspecto cognitivo es suficiente para el aprendizaje o la apropiación de los valores, conocerlos, definirlos, el discurso en sí; pero hay una buena distancia entre conocerlos y practicarlos. Dicho de otra manera, el discurso, en el mejor de los casos, es el aspecto cognitivo solamente. Sin embargo sabemos también que no es suficiente con conocer los valores, de alguna manera éstos exigen ser realizados, vividos.

De las tres situaciones, la última, parece poner sobre la mesa los dos elementos ya encontrados. Uno cognitivo, las prácticas y actividades educativas intencionadas en el aula; el otro algunos aspectos de la persona del estudiante, que conjugados reflejan la apropiación de los valores. ¿Qué elemento nuevo tenemos aquí que distinga a esta situación de las otras dos? La disposición, la participación, tal vez el propio involucramiento.

Hasta aquí se podría afirmar que los valores se aprenden y pueden ser enseñados y que es el agente –en nuestros casos el adolescente estudiante— que mediante algunos procesos autogestivos o mediados, se apropia de un valor. Habrá que preguntar entonces ¿cuáles son las formas de apropiación de los valores? ¿cuáles son esos procesos que permiten la apropiación o actualización de los valores? Cuestiones que nos ubican nuevamente en el agente-sujeto, las acciones individuales y los procesos educativos, y principalmente, en la “capacidad” del valor de ser “apropiado”.

Todas estas cuestiones respecto del status pedagógico de los valores, que pueden ser aprendidos y también enseñados, inevitablemente nos llevan más atrás, a una reflexión más profunda y relacionada en el ámbito de la naturaleza misma de los valores, a sus implicaciones en la educación y como esa naturaleza determina los procesos que permiten su apropiación o actualización.





Rafael Mora Vázquez
Maestro en Ciencias de la Educación
Maestro en Desarrollo Humano

Doctor en Educación

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