miércoles, 28 de octubre de 2015

Del Archivero: ética ambiental, desafíos desde la ciencia


Es algo común de los mexicanos no reconocer ampliamente el trabajo y trayectoria de los mexicanos sobresalientes, este es el caso de Mario Molina, mexicano galardonado con el Premio Nobel de Química en 1995. Independientemente de que la mayoría de los mexicanos no sabe quién es este investigador, a diferencia de algunos que conocen perfectamente la terrible trayectoria de algunos jugadores acostumbrados a fallar penales, este artículo es un homenaje al citado químico.

Nuestro premio nobel en pasadas fechas hizo una fuerte crítica al protocolo de Kyoto. La pregunta inmediata cuando dije esto en voz alta fue la siguiente… adivine… sí ¿qué es el Protocolo de Kyoto? El Protocolo de Kyoto, en pocas palabras, es el acuerdo que se generó entre varias naciones para hacer esfuerzos reales para reducir el uso de los combustibles fósiles (petróleo y sus derivados) como energéticos pues estos provocan el calentamiento global. De los países que no han querido ratificar el acuerdo son Estados Unidos y Rusia, curiosamente (?) Estados Unidos es el país que más contamina en el planeta. La Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático En diciembre de 1997 se celebró en Japón, donde más de 160 países adoptaron el denominado Protocolo de Kyoto. Este tratado establece que los países industrializados deben reducir, antes del año 2012, sus emisiones de gases causantes del efecto invernadero a niveles un 5% más bajos de los registrados en 1990. El Protocolo de Kioto entró en vigor en febrero de 2005 y no fue ratificado por los países ya mencionados.


En el Protocolo de Montreal, que fue anterior al de Kyoto, 1990 y 1992, se establecieron fechas muy claras en que los países reducirían progresivamente los clorofluorocarbonos (CFCs), además los países firmantes se comprometieron a auxiliar a otros países en la eliminación de estos contaminantes. Estos contaminantes estaban (¿están?) más cerca de lo que creemos, todos los spray lo contenían, desde el desodorante hasta la pintura en aerosol, lo mismo los refrigeradores que el gas de aire acondicionado de nuestros autos, casas y oficinas.

Regreso ahora con nuestro Nobel de química. Se le preguntó:

Entonces, ¿usted apoyaría la idea de complementar los Protocolos de Montreal y Kyoto?

-Sí, lo ideal sería que hubiera acuerdos internacionales para atacar estos problemas en su conjunto, porque ahora en la práctica se atacan uno por uno, y así es más difícil tener éxito. El cambio climático tiene muchas causas, y la más notoria es el bióxido de carbono que se produce por la quema de combustibles fósiles, pero también por quema de biomasa. Pero hay otras conexiones. Por ejemplo, los CFC, además de destruir el ozono, son gases invernadero (que retienen calor en la atmósfera y provocan el calentamiento global), y las partículas suspendidas influyen en el comportamiento de las nubes y el clima. Está claro que la humanidad está alterando el ambiente de una manera muy seria. (ver www.tierramerica.net)

Recientes estudios indican que disminuyó el agotamiento del ozono en la parte alta de la atmósfera, pero advierten que no sucedió lo mismo en la atmósfera baja, donde está 80 por ciento del ozono. ¿Qué significado tienen esos resultados?

-El avance en cuanto al ozono ha sido muy claro. Ahora podemos medir que en la atmósfera alta está disminuyendo la acumulación de los compuestos nocivos para el ozono. El problema es que esos compuestos permanecen muchas décadas, y lo que vemos hoy, sobre todo en la atmósfera baja, son efectos de compuestos emitidos años antes. No veremos los efectos del Protocolo de Montreal sino hasta mediados de este siglo, pues todo lo que emitimos en el siglo pasado va a seguir allí por muchas décadas.

- La actitud de Washington y de las industrias estadounidenses no parece estar alineada con el cumplimiento de acuerdos internacionales sobre ambiente, ni con el desarrollo de energías alternativas. ¿Puede esto cambiar?

-No soy optimista. Lo indispensable es que los países desarrollados hagan hoy inversiones mucho más fuertes en el desarrollo de tecnologías nuevas. Deberían tomar un conjunto de medidas que apunten al uso de la energía de los combustibles fósiles con mayor eficiencia y a la introducción de tecnologías que están cerca de nosotros. Además, ellos saben que deben compartir sus adelantos con países en desarrollo que no tienen recursos para la investigación, y que por el momento copian el desarrollo de los países ricos.

Los avances tecnológicos han provocado peligrosos problemas para toda la humanidad (como la destrucción de las selvas, la contaminación de los mares, la emisión de grandes cantidades de partículas contaminantes a la atmósfera, etc.), debido a la falta de conciencia ecológica así como cívica de los humanos. Dichos logros han llegado a superar la comprensión humana con respecto a los posibles efectos de la implementación de tecnología experimental sin las suficientes pruebas de su funcionamiento, en otras palabras, el ser humano ha llevado a cabo su desarrollo sin la reflexión del impacto ambiental de sus tecnologías. La sociedad no está dispuesta a subsanar los costos provocados por el desarrollo científico-tecnológico irresponsable.

Es preferible solucionar la problemática existente sin recurrir a nuevas tecnologías que ocasionen nuevos y más grandes conflictos con la naturaleza. Es decir, “no se confía en que las soluciones de los problemas globales dependan de las nuevas tecnologías; se piensa, por el contrario, que las mejores posibilidades de encontrar soluciones se encuentran fuera de la carrera tecnológica”[1] y de entender que el desarrollo económico tiene un límite, que es la vida misma.

¿Valor intrínseco o instrumental?

En este punto, el debate entre valores intrínsecos e instrumentales se hace presente. Las cosas valen intrínsecamente cuando “se valora su mera existencia, se considera que sería una tragedia que alguna de estas cosas dejara de existir, que el mundo perdería mucho si alguna de ella desapareciera... no son valiosas porque se deseen sino que se desean por ser valiosas”[2]. En cambio, el valor instrumental se define como algo que sirve para obtener otra cosa. Dicho valor sólo funciona para alcanzar algo que se valora, se desea o interesa en mayor medida. Para determinar el valor intrínseco de algo se pueden tomar en cuenta diversos factores.

Lo que hace que una cosa tenga valor intrínseco es su historia, es decir, el proceso creativo mediante el cual llega a tener existencia... esos procesos generan valores, es decir, hacen que sus correspondientes productos merezcan ser respetados y protegidos... las cosas intrínsecamente valiosas son únicas.[3]

La capa de ozono representa un valor intrínseco debido a que la atmósfera actual es una creación compleja que necesitó de miles de años para conformarse como ahora se le conoce. Por eso es que la capa de ozono, al ser un componente atmosférico, y un producto de dicha creación, tiene un valor por sí mismo y representa una condición sine qua non para la sociedad. Es decir, el bienestar de las personas es el resultado de la satisfacción de sus necesidades objetivas y no de sus deseos objetivos.

La utilidad real proveniente del valor de uso y de consumo de la capa de ozono estratosférico vuelve a dicha capa única para la supervivencia de la vida. Las necesidades de la sociedad no son un simple estado mental, no necesitan que sean reconocidas por los entes en cuestión para que sean valiosas, por ejemplo la necesidad de respirar el aire limpio. En cambio, los deseos necesitan ser conocidos, son un estado mental que la persona no puede tener sin saber que los tiene, por ejemplo, el deseo de ver una película. Entonces, la protección del ozono estratosférico es una necesidad para la vida en la Tierra más que un simple deseo.

Existe otro debate que influye de manera determinante, el de la postura ética antropocéntrica[4] vs la postura ética biocéntrica.[5] En este caso, se puede argumentar que la protección a la capa de ozono tiene tanto un valor intrínseco como instrumental. Es decir, el ozono estratosférico es necesario por sí mismo (debido a que sin él no habría vida en el planeta), pero también tiene un valor instrumental en lo referente a la satisfacción de las necesidades del presente sin afectar la satisfacción de las necesidades de las generaciones venideras.



Omar Reyes



[1] Muñoz Rustep, Emilio. Op cit.
[2] Ibidem, p. 13
[3] Ibidem, pp. 19-20
[4] Señala que se debe proteger a la naturaleza para no poner en riesgo la vida de las generaciones futuras, pone al hombre y la mujer en el centro de todo.
[5] Dice que la naturaleza debe ser protegida por su valor único para la vida en el planeta. El ambiente es el centro del debate.

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