Trabajar con maestros es algo
sumamente difícil. En este fin de ciclo escolar, como en muchas otras
ocasiones, he participado en un curso de actualización para maestros, y también
como en muchas otras ocasiones he podido confirmar esta primera idea: trabajar
con maestros es algo sumamente difícil.
Junto a mi tenía a un poco más de
treinta maestros y maestras de
secundaria que nos reuniríamos durante cinco sesiones de trabajo. Aprendí
muchas cosas. Al igual que mis alumnos –los de primero y segundo de
secundaria--, mis compañeros se concentran poco, se levantan y se distraen
mucho. A la menor oportunidad dejan su lugar para salir del salón “a cualquier
cosa” tal pareciera que la consigna es pasar el menor tiempo posible en el aula
de trabajo.
En el trabajo en equipo la mayor parte
del bullicio no es precisamente porque se estén comentando asuntos relacionados
con la tarea encomendada sino más bien
de todo lo que no tiene que ver con éste.
Durante algunos minutos me he detenido
a observar la cara del coordinador. Angustia, impotencia, a ratos frustración;
a pesar de sus continuas e insistentes invitaciones al silencio, a poner
atención, a concentrarse en el trabajo, no parecen ser escuchadas… mis
compañeros siguen en sus pláticas en voz baja, en sus propios corrillos –que
parecen más interesantes que el tema de estudio del propio curso--, en el
bullicio: que si el papá de aquel alumno, que si aquella maestra ha dicho, que
si te diste cuenta con quien se fue el director el otro día, que si saldremos
pronto el día de hoy, que si alguien le propone al coordinador acortar las
sesiones, que si… que si…
En el trabajo en equipo, me ha tocado
trabajar con otros cuatro compañeros maestros, y muy a mi pesar, ha regido la
ley del menor esfuerzo, ganó la mayoría, así que tendremos que trabajar cada
uno un fragmento del texto y luego exponerlo así, fragmentado, con la sabida
pérdida de profundidad. Solo dos maestros pretendíamos una metodología de
trabajo diferente en donde el propósito era precisamente la profundidad.
Durante la puesta en común, plenaria
como se dice, quien presenta el trabajo en equipo es escuchado solo por unos
cuantos, pues la verdad no es más que la repetición de lo que dice la lectura,
sin ir más allá, y en muchos equipos se sigue escuchando el cuchicheo a pesar
de la invitación del coordinador –tal
vez ya con un síntoma de enfado y molestia—
que muy pocos atienden: “escuchamos, por favor”.
Habrá que reconocer –y con mucho
pesar-- que muchos de mis compañeros
maestros que hoy están aquí tienen un capital cultural muy bajo, conocimientos,
habilidades y estrategias de trabajo docente muy limitadas. Que como maestros,
muchos de nosotros estamos muy lejos de aquellos maestros que “sabían mucho y
bien”. Maestros que se expresaban con pulcritud, con un manejo excepcional del
lenguaje, maestros que vivían cotidiana mente
las más elementales reglas de urbanidad, maestros que reflejaban su
personalidad con su propia imagen y que eran admirados y respetados por eso. Sí,
hay que reconocer que de esos maestros quedan muy pocos.
Aunque también hay que reconocer que
la clase magisterial está muy desvirtuada, y en buena parte, por lo que los
maestros hemos hecho y por lo que hemos dejado de hacer.
Hoy solo quiero pensar que nuestro
desempeño en este curso de actualización tiene más que ver con el cansancio
acumulado y que nosotros, estos treinta y dos maestros, no representamos a
todos los educadores de secundaria del país.
El Maestro Roberto
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