viernes, 25 de septiembre de 2015

Del Archivero: ¿qué hacer cuando un alumno te es adverso?

Un día como tantos, nos levantamos de buen humor y nos dirigimos con la alegría cotidiana  a compartir la sapiencia con nuestros queridos alumnos, en la escuela nos enseñaron a dar clases, algo de pedagogía, métodos de enseñanza, a ser claros en las exposiciones, pero nunca, nunca, nos dijeron que un alumno(a), para decirlo claro de una vez, nos caería “gordo”. La respuesta simplista nos llama a ser profesionales y a darles un trato ecuánime y correcto, como lo hacemos con todos nuestros pupilos, pero nuestros alumnos no son entidades homogéneas que podamos simplemente ignorar o estandarizar, son personas con sentimientos y proyecciones y todo eso que ya sabemos... pero ¿qué pasa con nosotros los profesores? pocas veces nos detenemos a pensar en nuestras propias cargas emocionales. Como en todas las profesiones, somos formados y capacitados en lo términos técnicos más refinados, pero pocas veces nos detenemos a pensar que en el salón de clases se entrecruzan las cargas emocionales de cada individuo, no es ninguna noticia que un alumno pueda captar mejor la clase si no está deprimido o no está exaltado; pero del mismo modo nos pasa a los profesores. No podemos decir que somos tan profesionales que dejamos afuera del salón nuestros afectos para ponernos el traje del ecuánime, justo e impasible profesor, esto es humanamente imposible, y lo cierto es que llegamos a poner en juego nuestros afectos también, no sólo compartimos los conocimientos, del mismo modo compartimos nuestros estados de ánimo, por más que queramos ocultarlos, si es que alguien lo pretendiera.


Entendido lo anterior, uno de los grandes y comunes conflictos se levanta: el profesor llega al salón con todo el ánimo y se encuentra a, digamos, Juanito, quien por su actitud más infantil que el resto de los alumnos siempre se quiere hacer el chistoso y nos interrumpe la clase con sus bromas (muy malas para nosotros, pero excelentes para sus compañeros) y distrae continuamente la sesión. Evidentemente estamos enfrentándonos a un problema de disciplina, hay varias formas de enfrentar esta situación desde este punto de vista. Pasando por la más clásica que sería sacarlo del salón, a las más progresistas haciendo una cita con el alumno y hablar con él después, en fin, hay muchas técnicas referidas al alumno; pero ¿qué siente el profesor? ¿frustración, enojo, o somos acaso los monjes estoicos que aguantamos las inclemencias de la vida sin inmutarnos?

En psicoanálisis el juego de afectos se denomina transferencia y contratransferencia dependiendo del sentido del destinatario. Partamos del punto de que nuestros afectos están siempre en juego, el alumno no solo piensa algo acerca del profesor, también siente algo por el profesor, es decir le transfiere afectos, en ocasiones de una forma madura y clara, en otras los alumnos confunden las figuras de autoridad con figuras familiares; cuántas veces hemos escuchado que al profesor le dicen papá, y a la profesora mamá. El profesor(a) tiene una reacción ante estos afectos que le están siendo transferidos, y experimenta, entonces, una contratransferencia. Pero el camino también es de vuelta, nosotros depositamos en los alumnos afectos, y anhelos propios, es decir les transferimos nuestros afectos y ellos reaccionan, es decir contratransfieren.

Ahora, regresemos al punto central ¿por qué tenemos cierto recelo ante ciertos alumnos en particular, o ellos a nosotros? ¿Por qué a ciertos alumnos les toleramos ciertas cosas mientras que con otros somos más estrictos? más allá del ideal del trato igual a todos los alumnos, tenemos en primer lugar que aceptar esta situación profundamente humana.

Tenemos que aludir a la propia salud mental del docente (lo cual no voy a polemizar... en este momento), ¿en qué momento hemos captado esa anti-patía (contraria a la em-patía)? y ¿cómo hemos actuado en consecuencia? haciendo este autoanálisis vamos inicialmente a hacer un reconocimiento del afecto, no podemos ser tan inocentes como para culpar absolutamente al alumno de nuestros sentimientos adversos. Después del reconocimiento de este sentimiento, es importante hacer una reflexión profunda de porqué nos es adverso en particular ese alumno. Por supuesto viene un paso posterior, la acción, pero una acción asertiva en la que el desarrollo académico se vea beneficiado. Todos tenemos noticia de que alguna vez, al no hacer un ejercicio de este tipo, algún profesor se enfrascó en una lucha campal en el salón de clases, el alumno provocó al profesor y este respondió de una manera poco adecuada, por decir lo menos. Sabemos de las discusiones cara a cara en los salones, así como también los usos poco éticos de humillación y soberbia por parte de los profesores al poner en evidencia (¿en ridículo?) a los alumnos, y la reacción de estos.

¿Cuál es la característica en particular de ese alumno(a) que nos incomoda? ante esto vamos a encontrar un sinnúmero de respuestas posibles: me recuerda una mala experiencia, se parece a mi hermano(a), se parece a mi hijo(a), me recuerda a mí. No se vale la respuesta: “me cae mal y punto”.

Nuestra respuesta nos va a sorprender, de esta manera podemos quitar las cargas emocionales que traemos y  con las cuales revestimos a nuestros alumnos, para que ahora sí, podamos llevar a cabo un acción justa y edificante para ambos, evitando la guerra fría entre alumno-profesor que tanto daño hace, mientras los otros presentes sólo son espectadores de la lucha continua en el salón. Además, el profesor va a evitar un desgaste mayor al que amerita el hecho de impartir la clase, sin tener consecuencias para la estabilidad emocional de ambos.


Omar Reyes
Maestro en Psicoterapia Psicoanalítica y
Maestro en Filosofía

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