Unos chicos de primer grado miraban
emocionados el mural en el que se había colocado el cuadro de honor.
--Mira, ahí está Armando del A
--Si, también está Lucía del C y
Everardo del D
--¿Ya viste quién está de nuestro
grupo? Es Andrea. Tenía que ser, es la más inteligente del grupo, seguro sacó
puro diez y por eso la pusieron.
Para algunos alumnos de tercero el cuadro de honor ya no tenía la misma
atracción que para estos chicos. Parados detrás de éstos, sus comentarios eran
más bien sarcásticos.
--Siempre ponen a los mismos… los
cerebritos
--Sí, ahí solo aparecen los de nueve y
diez… cada bimestre son las mismas caras.
La verdad es que estos chicos tenían
una buena parte de razón. En mi escuela –como en muy pocas— el Cuadro de Honor ha servido siempre y
durante mucho tiempo, al menos desde que tengo memoria, para reconocer
solamente a las mejores calificaciones de cada bimestre. ¿Pero acaso ser
distinguido en la escuela solamente puede estar referido al rendimiento
académico, por una calificación que en el peor de los casos no refleja
verdaderamente el aprovechamiento de nuestros alumnos?
¿Qué pasaría si en el siguiente cuadro
de honor de mi escuela se reconociera a los alumnos que han demostrado un buen
desempeño en el deporte? Porque representaron a la escuela en un torneo y
realizaron un buen papel o simplemente porque pusieron el corazón –y las
piernas y el coraje durante un partido pues eran la imagen de la escuela—
aunque al final hayan perdido. ¿Qué tal reconocer no solo el resultado sino
también el esfuerzo?
Y si en el siguiente cuadro de honor
aparecieran las fotos de aquellos otros alumnos que, por iniciativa propia,
organizaron “los cien metros del libro” para aumentar el acervo de la
biblioteca escolar, o las de aquellos que mes con mes elaboran el boletín de la
escuela o simplemente aquellos que manifestaron un avance significativo en el
desempeño de una asignatura?
¿Podríamos imaginar el efecto que
produciría en nuestros alumnos el que sean reconocidos no sólo por sus dieces,
sino por todas aquellas acciones que merecen ser enaltecidas por sus
aportaciones a la escuela, a sus compañeros y a su comunidad?
Una imagen viene a mi mente, una de
hace muchos años cuando no había cuadros de honor en mi pequeña escuela de
apenas seis grupitos de niños pueblerinos. La cara de felicidad, los ojos
radiantes y felices, el pecho hinchado de orgullo, la postura erguida de uno de
mis pequeños compañeros. Uno que no era muy agraciado en dieces, nueves, ni
ochos, ni siquiera el más popular de su grupo; pero que un día a pesar de su
corta edad nos dio a todos una sencilla lección de honradez.
Si, nuestros Cuadros de Honor tienen
que ser diferentes y enaltecer no sólo al número, también a la persona y a sus
acciones, pero sobre todo a lo que nuestros alumnos son.
Maestro Roberto.
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