La adolescencia es una etapa
fundamental en el desarrollo del ser humano, a pesar de esto, los estudios
sobre la adolescencia siguen siendo mínimos comparados con otros estudios como
puede ser el nacimiento, los primeros años, e incluso los estudios referentes a
los adultos mayores (geriátricos). En ocasiones los estudios referidos a los
adolescentes se limitan a una serie de, aunque bien intencionados, malos
consejos sobre la autoridad y sobre todo por la rebeldía. Sin tener claro un
fundamento al respecto.
El dr. Manuel Isaías López escribió
hace casi 20 años un texto llamado La
encrucijada de la adolescencia, y fue publicado por ediciones Hispánicas.
En este interesante libro, el autor se dedica a investigar lo más detalladamente
posible el proceso de la adolescencia normal.
Sin intervenir en las malformaciones patológicas que pueden ser resultado de
una adolescencia no resuelta exitosamente. De este libro presento reflexiones
en torno al tema de la adolescencia.
De las conductas más preocupantes de
la adolescencia, la rebeldía es la más visible y conflictiva socialmente.
Evidentemente hay conflictos internos, como puede ser la sexualidad, la
autoestima, etc. Pero la agresión desbordada de los adolescentes es un elemento
que los padres deben manejar y encausar, y aunque se dice fácil, esto implica
inicialmente un desbalance para los padres, y un reto del cual se espera que
salgan triunfantes.
Efectivamente el desarrollo del
adolescente implica un reto personal para cada individuo, pero inevitablemente
los padres, principalmente, se ven involucrados directamente en esta etapa; en
otras palabras, también los padres viven la adolescencia del hijo. Por esto es
de suma importancia revisar la tolerancia y el manejo que tienen los padres
ante la rebelión de sus hijos. Padres tolerantes serán capaces de manejar el
estrés que esto provoca, padres intolerantes lucharán irremediablemente hasta
ver sometido a su hijo y por lo tanto anulado, generando dependencia en los
hijos, o bien generarán resentimientos que serán muy difíciles de superar por
parte de todos los involucrados.
¿Por qué son rebeldes los
adolescentes? El adolescente está en un momento crucial de su vida, en donde
tiene que generar su propia identidad. En la infancia había desarrollado esta
identidad en relación con los padres, lo que hasta cierto punto es placentero y
retribuye a los padres sentimientos de satisfacción, ya que los padres,
generalmente, se vuelven los modelos a seguir. En esta relación de espejo, donde
los padres se ven reflejados en sus hijos y viceversa, el conflicto es
relativamente llevadero.
En la adolescencia, el individuo busca
su propia identidad más allá del ejemplo de los padres, por eso esta búsqueda
entra en conflicto con las respuestas que los padres ya estaban acostumbrados
esperar en etapas anteriores. El afán de individuación (de volverse realmente
individuo) hace que rechace sistemáticamente las reglas y obligaciones que
puedan representar para él un sometimiento a sus padres, lo que sería regresar
a una etapa anterior, continuar teniendo como referencia a los padres y nunca
lograr su individuación.
El oposicionismo se manifiesta en
rechazos sistemáticos a consejos u opiniones que les ofrecen los padres. Los
que inicialmente se niegan a ser acompañados a la escuela, de pronto denotan
una actitud antagónica a las normas familiares y escolares, incluso religiosas.
Evidentemente que si el adolescente se encuentra en un ambiente propicio para
la explosión de esta agresividad puede llegar a tener episodios que rayan en el
bandalismo y conductas antisociales. Curiosamente, algunos padres en lugar de
facilitar la individuación, se aferran a no dejar crecer al adolescente, lo que
provoca una batalla en la que se desafían por el control.
Aceptar las normas con las que creció
cuando infante, implica para el adolescente un retroceso en su independencia.
Por ejemplo, se vuelve menos cariñoso con los padres y evita complacerlos, hace
chistes crueles y se burla arteramente de ciertas situaciones.
Los padres ya no son los modelos a
seguir, y para algunos padres que no están preparados para enfrentar el
crecimiento de sus hijos, la experiencia de ya no ser los ideales de los hijos
se vuelve en algo sumamente doloroso, pues se sienten no solo desplazados, sino
agredidos. Sin querer, no se dan cuenta que este proceso es igualmente doloroso
para los hijos.
El adolescente vive un conflicto: por
una parte no tiene una identidad definida, pero por otra parte no quiere ya el
paradigma de sus padres; entonces recurre al grupo de pares que se encuentran
en la misma situación. Para los adolescentes el grupo de amigos cobra gran
importancia y se hacen promesas cuasi religiosas que fortalecen la identidad
que individualmente no son capaces de generar. Entonces de esta manera se
sienten independientes, paradójicamente dependiendo de su grupo.
La realidad hace regresar al
adolescente a casa, y este re-encuentro con los padres puede ser vivido como
una terrible derrota, o bien como la oportunidad de demostrar sus avances de
independencia, en este momento la retroalimentación de los padres es sumamente
importante. Tarde o temprano el adolescente se desencantará del grupo de pares
y valorará las relaciones individuales, así como los puntos de vista de los
padres. Este proceso es distinto en cada individuo y produce incomodidades
emocionales a veces intolerables para el mismo adolescente.
Los adolescentes son en ocasiones
soberbios y tienen una falsa autoestima en la que se sienten casi
omnipontentes, pero que es solamente la expresión de su inseguridad.
Precisamente por esto los chicos necesitan límites y un principio de autoridad
como puntos de referencia. Por lo mismo los padres tienen que ser capaces de
evaluar las reglas y la conducta del adolescente para valorar los castigos y
las consecuencias que tendrán los chicos por sus acciones.
La tendencia a mentir se presenta con
relativa frecuencia durante la adolescencia, y se acrecienta si se combina con
la rebeldía. La tendencia a mentir no se inicia en la adolescencia, se cultiva
desde la infancia, precisamente por esto es importante limitar todo reforzador
a mentir que se genere en la edad temprana. Evidentemente el mentir es una
actitud socialmente reprobada y que es sumamente dañina en la vida psíquica.
Una cosa es que el adolescente no diga, no comparta y comunique, y otra es que
mienta. El no compartir parte de la vida emocional es una necesidad del
adolescente; la mentira es producida por la ingerencia de los padres al
exigirle una información que él ha de evitar comunicarles. “Si unos padres
saben que su hijo está incurriendo en una conducta inaceptable, es preferible
que se lo digan, manifestándole su desaprobación o imponiéndole una sanción. Si
en lugar de decirle, le preguntan, se propiciará la mentira. No es posible que
los padres puedan ya, cuando el hijo ha llegado a la adolescencia, controlar
toda su conducta. Los padres podrán prohibir determinada conducta en presencia
de ellos, pero es inútil, desde el punto de vista formativo, prohibir
determinada conducta cuando su hijo se encuentra fuera del alcance de su
vigilancia, ya que la prohibición será transgredida y también se propiciará la
mentira”. Un adolescente tendrá que poner a prueba la validez de sus valores y
de las enseñanzas que ha recibido.
“Sin duda el papel de los padres es el
de estar ahí, representando al sentido de realidad y a los valores estéticos y
morales que, en la adolescencia, ya debieron haber sido introyectados. El papel
de los padres es estar ahí, en la arena del crecimiento adolescente, para que
el hijo pueda cuestionar sus actitudes y para servir de punto de referencia en
la búsqueda que ha de ejercer para encontrar sus valores y realidades propios.
Los padres no pueden partir de la esperanza de que los hijos adolescentes van a
actuar de acuerdo a las líneas que consideran adecuadas. Si dan por hecho que
esto va a ocurrir, se condenan al fracaso y a la frustración.
Omar Reyes
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