jueves, 12 de noviembre de 2015

Del archivero: evaluación del aprendizaje ¿en qué lado del espejo está Alicia?


Calificación, aprobación, reprobación, frustración, orgullo, satisfacción, esfuerzo; demostrar quien sabe más o quien es más “abusado” para copiar, o quien le cae mejor o peor al profesor; los extremos entre el profesor “barco” y el profesor intransigente, o entre un examen “súper” difícil y uno “regalado”; la diferencia entre una décima faltante en el 5.9 para aprobar o en el 9.9 para obtener la mención honorífica. Estas situaciones que se repiten una y otra vez en todos los niveles educativos y en todos los tipos de instituciones educativas, ¿se deben a que los profesores no saben evaluar?

Hablar de evaluación es hablar de procesos y de métodos, es decir que se siguen pasos sustentados en una metodología que va más allá de ponerle “tacha” a un dibujo porque está feo, a criterio del profesor, o de determinar que la ventaja del equipo ganador en un torneo infantil de básquetbol no puede ser mayor de diez puntos.


La evaluación es un proceso de apreciación de un valor o conjunto de valores y la verificación de la presencia de ellos en cualquiera de los aspectos de la vida social, por lo tanto se entiende que la evaluación educativa es el conjunto de métodos, procedimientos y técnicas que permiten verificar la presencia de atributos en uno o varios de los elementos que componen el sistema educativo (UNITEC, 2006).

Pero antes de evaluar, debemos recordar que dentro del sistema educativo se encuentra el subsistema de enseñanza, que a su vez está conformado por un conjunto de propósitos, procedimientos, medios y técnicas que se organizan y planifican para lograr la interrelación comunicativa entre profesor y alumnos que da lugar al aprendizaje (UNITEC, 2006). Así se establece el proceso de enseñanza-aprendizaje, y es aquí donde la evaluación desempeña un papel muy importante, ya que a través de ella también se estima el funcionamiento de los programas, los planes de clase, las actividades y conductas, tanto de los alumnos como de los profesores, y en general, del sistema educativo (UAG, 1992).

La evaluación del aprendizaje tiene gran importancia dentro de la valiosa labor docente (UAG, 1992), y dice mucho del profesionalismo del profesor, ya que desde el momento de planear la clase se debe diseñar la forma de evaluación, teniendo en cuenta que lo que se va a evaluar son los logros que el alumno ha tenido respecto a lo que se deseaba que aprendiera (Ferreiro, 2002).

Para llevar a cabo la evaluación del aprendizaje, el maestro requiere de capacitación y actualización en el manejo de los distintos elementos de planeación de sistemas de evaluación (UAG, 1992), pero también se requiere de la creatividad y el sentido común que solamente la vocación docente puede dar. Si la intención del maestro es que sus alumnos aprendan, debe guiarlos en ese proceso. Un buen docente es aquel que, además de conocer tanto su asignatura como los métodos más apropiados para su enseñanza, sabe seleccionar, construir y utilizar los medios de evaluación más convenientes para los distintos objetivos propuestos. No importa si hablamos de conductismo o de constructivismo, o de evaluación por norma o por criterio, ya que de acuerdo con Ferreiro (2002), cada programa de estudio presenta diferentes clases de aprendizaje y, por lo tanto, diferentes aspectos a evaluar, dependiendo de los conocimientos, habilidades, destrezas o actitudes que se pretende desarrollar en el alumno, lo cual implica el diseño y aplicación de diferentes instrumentos o técnicas de evaluación. No podemos decir que una forma sea mejor que otra, simplemente debemos recordar que la evaluación es una actividad continua y sistemática cuyo objetivo es promover el desarrollo personal del alumno.

La enseñanza integral que realiza el profesor también debe ayudar a forjar el carácter de sus alumnos y a inculcarles valores éticos. No hay nada más desalentador para un alumno que una evaluación injusta. Darse cuenta de que su trabajo y esfuerzo valen lo mismo que otro hecho al aventón, o entregado fuera de tiempo, lo lleva a preguntarse: “¿para qué me esforcé?”. O en el caso del torneo deportivo, que es otra forma de evaluación “¿de qué sirvió encestar veintidós veces, si nada más contaron veinte puntos?”. Teniendo esto en cuenta, no es suficiente con que el profesor haya diseñado una excelente estrategia de evaluación. También debe tener la capacidad de llevarla a cabo y de explicar claramente a sus alumnos esta estrategia; debe cerrar lo más posible todos los aspectos que va a evaluar e indicar los criterios que se aplicarán. La evaluación requiere que el maestro se mantenga firme en estos criterios, y que no los ajuste a su conveniencia o a las de sus alumnos.

Y aquí debemos retomar el párrafo inicial del presente escrito, ya que un profesor que “planea bien sus clases, define la forma de evaluar más clara posible y selecciona las técnicas de evaluación en función del propósito” (Ferreiro, 2002), sí sabe evaluar, por lo tanto, podemos sugerir que los alumnos no están cumpliendo con lo que les corresponde, que es responsabilizarse de su aprendizaje. El trabajo del profesor está en el aula, y ahí tiene el deber de guiar, modelar, facilitar, propiciar y verificar el aprendizaje de sus alumnos, de conocerlos, de explicarles de acuerdo a sus distintas formas de pensamiento y formas de ser, de interesarse por el que habla y por el que no habla, de preocuparse por el que agrede o es agredido, por el que participa o no participa, por el que trabaja o no trabaja. El profesor no puede responsabilizarse de lo que sus alumnos hacen o dejan de hacer fuera del aula: si no hacen la tarea, no leen el capítulo asignado o no repasan los contenidos, la décima faltante puede ser consecuencia de ello y el alumno debe asumirlo.

Todo esto nos lleva a concluir que, aunque la evaluación del aprendizaje es criticada constantemente y hay muchos puntos de vista acerca de ella, los profesores deben llevarla a cabo, tanto para cumplir con los requisitos del sistema educativo de nuestro país o de la institución en la que labora, como para saber si sus propósitos de enseñanza se están cumpliendo. Si al final esa evaluación se traduce en un número dentro del rango que va del cinco al diez, esto será lo de menos si tanto el maestro como el alumno hicieron bien lo que le correspondía a cada uno.


Referencias:
Ferreiro, R. Manual del Diplomado en Aprendizaje Cooperativo, Módulo V. Red Latinoamericana Talento. México. 2000. pp. 17, 24 y 57.
UNITEC. Evaluación del Aprendizaje. INITE. México. 2006. pp. 16, 22, 49, 57, 59 y 68.
Universidad Autónoma de Guadalajara. Manual del curso Evaluación del Aprendizaje. Guadalajara. 1992.  pp. 5 y 6.



Eugenia Alejandrina Gómez Autrique

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