Calificación, aprobación, reprobación,
frustración, orgullo, satisfacción, esfuerzo; demostrar quien sabe más o quien
es más “abusado” para copiar, o quien le cae mejor o peor al profesor; los
extremos entre el profesor “barco” y el profesor intransigente, o entre un
examen “súper” difícil y uno “regalado”; la diferencia entre una décima
faltante en el 5.9 para aprobar o en el 9.9 para obtener la mención honorífica.
Estas situaciones que se repiten una y otra vez en todos los niveles educativos
y en todos los tipos de instituciones educativas, ¿se deben a que los
profesores no saben evaluar?
Hablar de evaluación es hablar de
procesos y de métodos, es decir que se siguen pasos sustentados en una
metodología que va más allá de ponerle “tacha” a un dibujo porque está feo, a
criterio del profesor, o de determinar que la ventaja del equipo gana dor en un torneo infantil de básquetbol no puede
ser mayor de diez puntos.
La evaluación es un proceso de
apreciación de un valor o conjunto de valores y la verificación de la presencia
de ellos en cualquiera de los aspectos de la vida social, por lo tanto se
entiende que la evaluación educativa es el conjunto de métodos, procedimientos
y técnicas que permiten verificar la presencia de atributos en uno o varios de
los elementos que componen el sistema educativo (UNITEC, 2006).
Pero antes de evaluar, debemos
recordar que dentro del sistema educativo se encuentra el subsistema de
enseñanza, que a su vez está conformado por un conjunto de propósitos,
procedimientos, medios y técnicas que se organizan y planifican para lograr la
interrelación comunicativa entre profesor y alumnos que da lugar al aprendizaje
(UNITEC, 2006). Así se establece el proceso de enseñanza-aprendizaje, y es aquí
donde la evaluación desempeña un papel muy importante, ya que a través de ella
también se estima el funcionamiento de los programas, los planes de clase, las
actividades y conductas, tanto de los alumnos como de los profesores, y en
general, del sistema educativo (UAG, 1992).
La evaluación del aprendizaje tiene
gran importancia dentro de la valiosa labor docente (UAG, 1992), y dice mucho
del profesionalismo del profesor, ya que desde el momento de planear la clase
se debe diseñar la forma de evaluación, teniendo en cuenta que lo que se va a
evaluar son los logros que el alumno ha tenido respecto a lo que se deseaba que
aprendiera (Ferreiro, 2002).
Para llevar a cabo la evaluación del
aprendizaje, el maestro requiere de capacitación y actualización en el manejo
de los distintos elementos de planeación de sistemas de evaluación (UAG, 1992),
pero también se requiere de la creatividad y el sentido común que solamente la
vocación docente puede dar. Si la intención del maestro es que sus alumnos
aprendan, debe guiarlos en ese proceso. Un buen docente es aquel que, además de
conocer tanto su asignatura como los métodos más apropiados para su enseñanza,
sabe seleccionar, construir y utilizar los medios de evaluación más
convenientes para los distintos objetivos propuestos. No importa si hablamos de
conductismo o de constructivismo, o de evaluación por norma o por criterio, ya
que de acuerdo con Ferreiro (2002), cada programa de estudio presenta
diferentes clases de aprendizaje y, por lo tanto, diferentes aspectos a
evaluar, dependiendo de los conocimientos, habilidades, destrezas o actitudes
que se pretende desarrollar en el alumno, lo cual implica el diseño y
aplicación de diferentes instrumentos o técnicas de evaluación. No podemos decir
que una forma sea mejor que otra, simplemente debemos recordar que la
evaluación es una actividad continua y sistemática cuyo objetivo es promover el
desarrollo personal del alumno.
La enseñanza integral que realiza el
profesor también debe ayudar a forjar el carácter de sus alumnos y a
inculcarles valores éticos. No hay nada más desalentador para un alumno que una
evaluación injusta. Darse cuenta de que su trabajo y esfuerzo valen lo mismo
que otro hecho al aventón, o entregado fuera de tiempo, lo lleva a preguntarse:
“¿para qué me esforcé?”. O en el caso del torneo deportivo, que es otra forma
de evaluación “¿de qué sirvió encestar veintidós veces, si nada más contaron
veinte puntos?”. Teniendo esto en cuenta, no es suficiente con que el profesor
haya diseñado una excelente estrategia de evaluación. También debe tener la
capacidad de llevarla a cabo y de explicar claramente a sus alumnos esta
estrategia; debe cerrar lo más posible todos los aspectos que va a evaluar e
indicar los criterios que se aplicarán. La evaluación requiere que el maestro
se mantenga firme en estos criterios, y que no los ajuste a su conveniencia o a
las de sus alumnos.
Y aquí debemos retomar el párrafo
inicial del presente escrito, ya que un profesor que “planea bien sus clases, define
la forma de evaluar más clara posible y selecciona las técnicas de evaluación
en función del propósito” (Ferreiro, 2002), sí sabe evaluar, por lo tanto,
podemos sugerir que los alumnos no están cumpliendo con lo que les corresponde,
que es responsabilizarse de su aprendizaje. El trabajo del profesor está en el
aula, y ahí tiene el deber de guiar, modelar, facilitar, propiciar y verificar
el aprendizaje de sus alumnos, de conocerlos, de explicarles de acuerdo a sus
distintas formas de pensamiento y formas de ser, de interesarse por el que
habla y por el que no habla, de preocuparse por el que agrede o es agredido,
por el que participa o no participa, por el que trabaja o no trabaja. El
profesor no puede responsabilizarse de lo que sus alumnos hacen o dejan de
hacer fuera del aula: si no hacen la tarea, no leen el capítulo asignado o no
repasan los contenidos, la décima faltante puede ser consecuencia de ello y el
alumno debe asumirlo.
Todo esto nos lleva a concluir que,
aunque la evaluación del aprendizaje es criticada constantemente y hay muchos
puntos de vista acerca de ella, los profesores deben llevarla a cabo, tanto
para cumplir con los requisitos del sistema educativo de nuestro país o de la
institución en la que labora, como para saber si sus propósitos de enseñanza se
están cumpliendo. Si al final esa evaluación se traduce en un número dentro del
rango que va del cinco al diez, esto será lo de menos si tanto el maestro como
el alumno hicieron bien lo que le correspondía a cada uno.
Referencias:
Ferreiro,
R. Manual del Diplomado en Aprendizaje
Cooperativo, Módulo V. Red Latinoamericana
Talento. México. 2000. pp. 17, 24 y 57.
UNITEC.
Evaluación del Aprendizaje. INITE.
México. 2006. pp. 16, 22, 49, 57, 59 y 68.
Universidad
Autónoma de Guadalajara. Manual del curso
Evaluación del Aprendizaje. Guadalajara. 1992. pp. 5 y 6.
Eugenia Alejandrina Gómez
Autrique
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