Seguramente como yo,
ustedes han estado alguna vez haciendo espera en alguna sala, un banco, un consultorio
o en la fila de las tortillas. En uno de estos lugares –que seguramente no en
la fila de las tortillas--, para tratar de invertir provechosamente el tiempo,
que irremediablemente tendría que pasar ahí y muy a mi pesar, tomé una revista que
hojee inadvertidamente hasta que sin quererlo me topé con un encabezado que me atrapó:
“una jaula de palabras”.
¡Vaya pobreza! y si se
piensa que buena cantidad de gente –muchos de mis alumnos y sus padres, y hasta
mis compañeros maestros… afortunadamente yo sólo los domingos-- pasan horas
frente al televisor, resulta entendible que la tendencia señale que en un
futuro no muy lejano nuestro lenguaje sea aún más pobre.
Por otro lado, si
consideramos que en un diccionario de la lengua española –uno escolar para no
vernos tan mal y de primaria para suavizar más el asunto—tenemos acceso a cuando
menos 25 mil palabras con más de 80 mil significados o acepciones, la dimensión
de esta pobreza del lenguaje se hace mucho mayor.
Así que, con las cifras
anteriores, apenas utilizamos el 1% de las palabras de nuestro idioma; y aún no
tomamos en cuenta las limitaciones en la capacidad de comprensión y el análisis
de conceptos –en el que, al menos nuestros alumnos, no parecen estar muy
preparados--. La cosa no pinta muy bien, ¿qué sería si tomáramos al pequeño Larousse
Ilustrado como referencia?
Y mientras escribo esto un
anuncio en la televisión me detiene en seco.
Es un anuncio de un
refresco de cola –sí, ya adivinaron, en color rojo y blanco, y de envase
contorneado-- que ha tenido la ocurrencia de acertar en una observación sobre
el lenguaje de la juventud:
“Los jóvenes utilizan un
lenguaje muy peculiar, cada dos palabras dicen groserías… hablan con groserías
todo el tiempo”
No puedo dejar de verlo,
está tan bien hecho que antes de terminar esta cuartilla ya lo vi otra vez
–pero en otro canal--.
Inevitablemente recuerdo a
mis alumnos y su “top ten” del lenguaje: wey, ese, ¿sabe?, manchado, el dese de
la desa, no ma…nches, pen.. tonto, y tres impronunciables.
¿Y yo? un humilde y
modesto maestro de secundaria --más humilde que modesto--, sólo atino a pensar
y convencerme de que debo hacer algo para cultivar nuestra lengua entre mis alumnos,
aunque no sea el maestro de español.
Maestro Roberto
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